martes, 24 de noviembre de 2009


Desperté en el pretil de tus labios,

Sonriéndose la amargura… por mí tan cerca burlada.

Mis ojos escriben poemas en blanco,

Desde el lugar donde se abisman el sexo y el sentir

Cuando la ternura se vuelve un cálido espanto.

Exhalando las palabras que se inmolarán de nuevo.

De una noche.

Re-vaciada, convexa.

Extraña. Fría. Ahuyentada.

Porque ya no existe.

Porque ya está dentro, implícita.

Porque ya es zozobra, porque se ha ahogado.

Porque es un grito y es funesta.

Porque se vomita, porque se traga.

Porque se pega a los cuerpos.

Porque se castra. Porque se renuncia.

Porque se empuja. Porque se coarta.

Porque se detesta. Porque se ama.

Porque se cohíbe. Porque se exalta.

Porque se acaba. Porque es etérea.

Porque se devora. Porque se aleja.

Porque se amortaja. Porque nace muerta.

Porque se absorbe. Porque es arrancada.

Vilipendiada. Porque se hace nuestra.

Eterna y volátil,

Violada y violenta.

Es poema.

jueves, 19 de noviembre de 2009



"El beso de medianoche, no es un beso cualquiera. En él se concentran las esperanzas y el romanticismo de todo el año. Y ese beso super valorado que requiere tantas llamadas, sms, planificación, prisas y copas para que se haga realidad se da en un momento en el que el tiempo salta a la palestra. En el que se hacen evidentes el peso del año que entra y las oportunidades perdidas del año que se deja atrás. "


Él no le devolvió la sonrisa, se acurrucó en su pequeño espacio, y se hizo visible ante ella sin prejuicios. Como si de pronto se agolpasen aquellos pequeños momentos de soledad compartida, y esas miradas que apuntaban a ninguna parte la enfocaran con claridad. No dijeron palabras, se negaron el desprecio aquel antiguo que planeaba sobre ellos, sentían rebeldía por su debilidad. Y es que, cuando se despidieron la última vez, ambos sabían que era la última batalla que le ganaban al amor. Se puede andar hacia atrás, y recorrer de un golpe toda la distancia que habían interpuesto durante días y días. Ni la música, ni la sensación de vacío, ni el frío de aquella habitación, ni el sinsabor de la decepción, no fue nada de eso. Fue simplemente un deseo invisible que traspasa la carne, el cerebro, que llena todo el pasado de sentido, el que en su fantasma cupiera toda la realidad. Y sí, es vulgar el ser humano, después de todo, sólo busca matar la ausencia, la indiferencia del ser amado con cualquier pretexto. Pero somos tan extraños, tan cínicos, que osamos mirarnos en el espejo después de haber consumado la traición de olvidar.