
"Podía haberte dicho
que el mejor de los amores es el que da lo que uno necesita.
Pero estaba lloviendo
y no teníamos donde ir
y paseando por las calles en un taxi recordé
que las palabras sólo son precisas cuando el amor ha muerto."
Rod McKuen
Todo pende de un hilo cuando finjo no conocerte y cuando tú colocas en mis pensamientos palabras que no he dicho. Me invades en esta playa, taladrando mi silencio, espiándome cada palpitar... Aquí la soledad es húmeda, distinta y buscada, por eso camino en el horizonte. Lo último que recuerdo es haberme puesto de rodillas ante quien más quise, para verle adioses escritos en las manos... Ése que lleva nombre sagrado para mí, y era tan rudo cuando niña.. Él templa las noches para mis voraces lágrimas..
Es mi última imagen en este destierro.
Ahora me siento desasistida por ti, a la interperie en este atrio soleado, frío dentro del revés de mis horas. Ahora mis protestas no llegan al mar, y se quedan jugando en cualquier enjambre de abejas ociosas.. El embate de tu desdén está resquebrajando rocas, cada vez que pasas con tu halo de asombro. Mis gritos son olas grises, mutilada me dejaste para conocer el amor. Y ahí empezó todo. Nada es fortuito: ni siquiera la mirada que intentó viajar hacia mis ojos. Ya era tan tarde para alcanzar ese eco, vida mía. Ovillado en la arena mi cuerpo se queda mientras mi sueño asciende a la desilusión, al nácar de tu sonrisa, a la confesión de los sueños prematuros que quiero borrar.
Al menos, intenta contarme un cuento, uno de esos que rezo por costumbre y me dejabas cambiar a mi gusto. Yo podía sentir tus labios exhalar el vaho de las palabras dándoles forma, como anillos de humo.. Y tu olor antiguo, resbalando en la funda de mi almohada. Ignorados, abocados besos que cayeron en la nada. Nunca los sintieron mis mejillas.. Pero adiviné tus pisadas desde el pasillo, como hago en este mar anticipando las estrellas. Corazonadas que renegaron mil excusas, para no tenerte. ¿Pero te tuve? ¿O fue sólo un fin de principios, ardor de nieve? Creo que te tuve. O fue sólo una caricia del aire al cerrar la puerta, antes de marcharte. Yo te vi en la ausencia detenerte, dudar por un instante. Y el viento sopló en mi contra para siempre. Tenías que elegir, luz o sombra. Con ella te quedaste.
Ayer alguien escurrió tu nombre en mi ajuar de mujer. Lo leí con los ojos ciegos, con la voz muda. El haz de notas no rozó su sonido. Será que mis manos ya no saben moverse por las teclas, dándote vida. No pude ni siquiera abrir mi piano. El imposible embargó mis oídos sordos. No pude tampoco pisar por donde anduve, salvaje como niña, amándote antes de haberte visto, antes incluso, de haberte soñado. No pude armar la tierna escena de cuando te cruzaste cortándome el paso, a la luz de una farola. Tu rostro emergía como de otro mundo, transparentando el mío. Entonces te cansaste y dejaste que te amara. Que te escogiera.
Pero ¿qué más da? Si te he olvidado para crearte de nuevo.
Aquí sigo, punto y seguido es mi historia. Llueve en las despedidas, y aquí no podría ser de otra forma. Pero llueve en concilio con la incredulidad. Con este amargo sentir de otro siglo, de campanas a destiempo con la memoria, y con las razones. El tiempo es inexacto en este océano que surco, a veces retrocede sin sentido, y otras se repite como quiere... ¿Es vital la angustia que me invade? o quizás inmole lo que asiento. Sí, esta sonrisa no es falsa ni real, no es mía, simplemente. No puedo desarmar lo que tus manos me dijeron, lo que consignaron, lo que resbalaron, pronunciaron de mi cuerpo. No, no puedo obviar lo que las yemas de tus dedos desandaron en mi oscuridad. Manos suplicantes, que miran al cielo. Así fueron pintadas.
Ya te dije que sería feliz, pero ella. La que ves en cada minutero, en cada zona cero. Yo sigo aquí, en esta playa, firme en mi promesa. Para cuando vuelva, tenme preparada la tristeza.