sábado, 29 de noviembre de 2008

Felicidad Clandestina


Yo me sabía un cuento que siempre empezaba igual.

Me lo contaba una señora llena de prejuicios

acerca de la vida, de Dios y las costumbres:

El masoquismo de la disciplina y la buena educación.
Ella engañó a mi madre con la misma historia -falacias franquistas-

Y después ésta se cansó

y se marchó de aquella casa llena de pesarosos recuerdos,

siempre en el mismo lugar.

Una y otra vez la abuela tenía que recapitular

Para ocultar la inexistencia de aquella felicidad clandestina

que no la dejaba dormir en paz, ni a ella ni a la resabiada niña.

Pero en el fondo, eran capítulos tristes…

( No sólo una vez lloró apretada a la almohada

Cuando descubrió que soñar también era partir,

También era perder el conformismo. )

Pero la soledad de la infancia es ignorada:

Aún así descubrió que soñar tampoco era gratis,

pues la decepción se cobraba sus intereses.


Pensar era ser castigada,

Asumir el desprecio en los ojos de los demás,

Sobre todo en la navidad.

Temía a esa época

porque era, paradójicamente, cuando más patente se hacía el desapego familiar.

Era cuando veía pelear más a sus padres con sus hermanos,

que aprovechaban ser del mismo linaje para permitirse el lujo de humillar.

Esa decadencia, visible en los cuartos de estar

y en regalos sin reciprocidad de intenciones.

Sentirse desplazados del espíritu conciliador y fetichista,

no era una novedad, tanto tiempo perdido en esa lucha por ser reconocido, querido.

Esa armonía sostenida a golpe de talonario, de besos de Judas.


Una vez oyó secretos detrás de la puerta,

y sintió toda esa hipocresía al descubierto,

fue como ver un cuerpo viejo desnudo.

Entonces se hizo adulta prematuramente,

se desmarcó de la superficialidad y empezó a ser solitaria.

Para entonces ya construyó una lógica sostenible:

Si no creía más que en el polvo que vuelve al polvo,

¿qué más podía esperar?

Fornicaciones encubiertas del mundo adulto,

Masturbaciones de la pubertad,

Fecundaciones sin amor de generación en generación.

Y un lacio romanticismo que pintaba en su cuarto de sombras…

Cábalas.


Secó sus lágrimas y escuchó la historia sin rechistar.

Y después se escapó a buscar las muñecas de su madre,

Y las encontró prostituidas por el tiempo.