miércoles, 26 de diciembre de 2007

Una divagación sobre el Tiempo

Quisiera hoy pararme a hablar del profesor de Estudios Árabes e Islámicos D. Emilio de Santiago, también miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Granada, columnista y escritor.

Además de ser un gran amigo de mi familia, al que yo he "sentido" o pensado siempre con admiración y cariño, por todo cuanto dice o escribe, pero sobre todo por cómo lo dice.
Es una de esas personas que transmite sensibilidad y sabiduría, y al que se sigue en los medios de comunicación locales, por su carisma y por su enorme cultura literaria e histórica.
A menudo lo solemos ver paseando, por un parque de los alrededores, para él siempre otoñal, para después sentarse tranquilamente como dice él: "en el velador de un café sumido en mí, sin oír el estruendo que me rodea; las anónimas voces, los gritos de niños que juguetean...". Con su halo de romanticismo antiguo, ajeno a la crítica, a las hipocresías, sumido en su nostalgia, él siempre escribe. Pasea, y ya esparce sus letras por el aire. Y acaso cree él que nadie lo sabe o le importa, absorto y solitario como le gusta ir, con las tristezas suficientes de un hombre inteligente y soñador por encima de lo que lo rodea ya. Pero no es cierto, quienes lo conocemos de lejos o de cerca, procuramos hablar de él, y observarlo escribir a través de la fina lluvia que empapa los cristales de su café.

Este es uno de sus artículos.


Una divagación sobre el tiempo

"COMPLEJA entidad es ésta que los humanos dimos en nombrar tiempo. Creía el fascinador e imaginativo Platón que el tiempo era la imagen móvil de la Eternidad. Y razón no le faltaba. Dio paladinamente con la tecla en lo que al tiempo hace, percibido, eso sí, como una sucesión interminable de instantes concatenados.

Si bien lo consideramos, todo en el hombre es misterioso. Su vida, el cotidiano -radiante o pálido- existir a golpes de oceánicas soledades, también sus miedos. Nunca nadie podrá definir con exacta precisión nada que gire acerca de la vida, desde la vida misma. Sería preciso ausentarse de esta inercia perpetua, bajarse de este alocado carrusel en inacabable movimiento, para mirar y ver y definir. Y eso -lo sabemos bien los pensadores- es imposible, inimaginable, a no ser desde el palenque de la literatura, especie de desmesurado cajón de sastre donde todo cabe unidamente, mas con holgura y desorden. Ya lo advertía Joyce: «literatura es lo que quieras». El tiempo fluye como un río. Caudaloso, bravo, a veces; otras, serpenteando como un ofidio de lento reptar que buscara presas incomparablemente más grandes que sus elásticas fauces.

'Esto no es vida', decimos frecuentemente queriendo significar que todo anda ralentizado en nuestro existir, que el tiempo semeja haber entrado en pantanoso territorio y no puede ya avanzar, sólo hundirse en el légamo de las horas muertas. Vida y tiempo -como puede advertirse- son parejos, tan paralelos son y próximos que parece fueran la misma cosa. Hermanados están en su íntima esencialidad. Es más, sin el segundo, nada cuenta la primera o, sencillamente, no existe. Porque un simple latir, un vegetar sin mayor inquietud, no se asimila jamás al vivir, a ese involuntario incrustarse en la epidermis del tiempo como un enigmático tatuaje indeleble. La vida y el tiempo, para ser tales y no mera hojosa retórica, requieren escenario y movimiento, demandan aquella 'urgencia' de que hablaba Ortega y, por otra parte, solicitan los borgianos 'objetos' periféricos que permiten definir el espacio envolvente.

Hay algo de teatralidad manifiesta, lírica incluso, en ese crucial binomio -vida/tiempo- cuyo sentido es difícil de comprender, cuando no imposible. Lo esencial siempre se halla en el punto más alejado de lo posible. Qué cierto es. Sombras chinescas, innúmeras combinaciones de un mágico caleidoscopio gigante y divino, secretos y bien escondidos juegos conforman el caprichoso danzar de eso que llamamos existencia. La misma que un día nos crece, nos hace rozar el cielo; otro, nos descompone y anula como pútrido bocado de un festín de buitres. Ah, ahí, en esa inestable zona ebria de sueños, hemos de situar al amor, unido siempre a semejante pendular y caprichoso arbitrio. Solamente, a través del inseparable socio del espejismo y del eco que resulta ser el amor, notamos que vida y tiempo son reales, que así nos acarician, en momentos dados, como nos hieren el alma.


Poco más es todo cuanto nos es dado aprender. No mucho más allá de estos insondables arcanos, se extiende la vaga frontera del Arte. El Arte vive de la misma vida, pero deshaciéndola, mutándola en formas o sonidos o palabras, siempre bajo la suave piel de un tiempo fascinado e inerte, detenido y expectante.

No somos nada en suma; y el Universo somos a reducida escala peregrina. El tiempo fluye y desaparece y muere devorado por él mismo, víctima de su propio y terrible discurrir incesante ¿Qué nos resta luego? ¿Algo similar a lo vivido, semejante a lo que experimentamos un día en que nos asaltó la dicha o el desespero? ¿Cómo cabe, pues, concebir el delicioso Edén o el Averno amenazador?... Imaginemos, sólo imaginemos, un ondulado silencio, una callada música de seráficas liras, un beso prolongado, celeste, infinito in-fi-ni-to, pues que somos sombra, humo, tal vez polvo enamorado; o bien, por el contrario, sintamos el dolor profundísimo que nos causa un agudo dardo venido del deseo y huyamos, huyamos, huyamos cual lorquianos jinetes ebrios, a la grupa del desbocado caballo sin rumbo del olvido. Eso es todo. En la lejanía, un viejo cantar suena."


Emilio de Santiago

1 comentario:

Eowin dijo...

FEliZ nAVIdaD.............

nana nana..........

BeSOssssssssss a todossssssSSsSs.

MuCho AMor paRa el 2.008